Es una libre transgresión de la ley de Dios. Se puede definir más técnicamente: aversión de Dios, fin último, por una voluntaria adhesión a un bien finito. La aversión de Dios es el elemento formal del pecado, la adhesión desordenada al bien creado (en lo cual va implícita la aversión de Dios) es el elemento material.

Algunos moralistas excogitaron una distinción entre pecado teológico y pecado filosófico: aquél supone el conocimiento de Dios y de su ley y la conciencia, por lo tanto, de ofender al Creador; en cambio, el filosófico es, según esta teoría, un acto moralmente malo, pero no una ofensa a Dios, puesto que el pecador no conoce a Dios ni su ley. La Iglesia condenó esta opinión (DB, 1290): el que peca siente, en efecto, que contradice a una ley, que resuena en lo íntimo de su conciencia fuera de todo influjo humano. Y en aquella ley va siempre un conocimiento más o menos claro de un Legislador supremo, que es Dios. La infracción de ley es, por lo tanto, una ofensa consciente de Dios, es decir, que el pecado es teológico, no sólo filosófico.

El pecado es personal cuando lo comete voluntariamente un individuo: es original si pertenece a la naturaleza, por lo cual se llama también pecado de naturaleza (v. Pecado original). Se distingue además el acto del pecado del estado, que es su consecuencia y que se puede llamar pecado habitual. En este último se consideran dos aspectos: el reato de culpa y la mancha del pecado. El reato es el estado de culpable aversión de Dios (efecto del acto pecaminoso); la mancha es la privación de la gracia santificante, luz y belleza del alma.  En el orden actual, la aversión de Dios coincide siempre con la privación de la gracia, por lo que el reato y la mancha se reducen en concreto a lo mismo. La voluntariedad es un elemento esencial del pecado; es forzoso que intervenga en el acto pecaminoso; en cambio, el estado pecaminoso es voluntario por la voluntariedad del acto de que se deriva. Finalmente se ha de notar que el verdadero pecado es el pecado mortal, que da la muerte al alma, apartándola de Dios; el venial se llama pecado por analogía, por no ser la aversión del fin último, sino un retraso en el camino hacia él.

Del Diccionario de Teología Dogmática, de Piolanti, Parente y Garolafo, que en paz descansen. Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1955.

Documento gentilmente inviato dal Sig. Alberto Navarro

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